domingo, 28 de noviembre de 2010

Otra media partida


Otra ocasión que medio me rompieron medio hocico, fue una vez que salí de clases. Estaba en la secundaria, la 96.
La secundaria 96, está rodeada de otras escuelas secundarias, la 15, la 120, la 121, en el Casco de Santo Tomás, escuelas del IPN. También hay esta cerca está el hospital Rubén Leñero, famoso por los inquilinos que arriban a diario, asaltantes y asaltados, quemados, balaceados, huesos rotos, atropellados y uno que otro que llega ya con medio cuerpo en el más allá. Un día les platico como eran las batallas campales entre todas estas escuelas y hospital.
Hacía ya varios días que veía a una güerita pasar a la hora que yo salía de la escuela, a las 8 de la noche.

La había estado cazando a lo lejos y siempre la veía sola. Aquella vez la vi venir a lo lejos y me dije - “Ora Neto, toda tuya”- y sin más ni más, hay voy. Me fui abriendo paso entre los demás chamacos y ya cuando la tenía a escasos 5 metros, acomode mi copete de galán de un salivazo, acomode mi uniforme, de volada hice un recorrido visual a todo lo demás y dije:
Listo, ora si güerita, hay te voy”-.
Me fui acercando para encontrala de frente.

La distancia era ya más corta entre nuestros destinos; 2 metros, para mí no había más gente alrededor, de pronto solo existíamos ella y yo, su cabello se movía ligeramente con el aire; sus ojos aún no me habían localizado pero su destino estaba cada vez más cerca.
 1 metro. Güerita, tez blanca que hasta de noche se ve que es güerita, labios rositas que invitan a ser besados, ojos chiquitos, verdes, blusa blanca desabotonada como diciendo:
“mira, esto es tuyo y te estaba esperando”-.
 
Pantalón blanco y ajustado que invitan a los ojos a mirar, chaparrita como de 1.5 metros, la estatura exacta para mi, ya nomas era cuestión de que ella levantara tantito la trompa para alcanzar mis labios. No había duda, éramos tal para cual, el destino nos había puesto en el camino, a ella en la escuela de medicina del politécnico y a mí en la secundaria 96. ¿Qué más pistas quería? No había duda, esa güerita era para mí.
50 cm. No había yo preparado nada, todo iba a ser de improviso.
Ella levanto su mirada y fijo sus ojos a los míos; por un momento se me figuro que abría sus brazos para recibirme en su regazo. Lo verde de sus ojos me transporto a un valle verde donde ella y yo corríamos libres.

Levante ligeramente mi trompa nomas para que ella no se molestara en hacerlo, acerque mi trompa a su trompa y….. záz!!!!!!
De momento no supe si los pajaritos que veía eran parte del impacto entre los dos. Imagine que ella estaría igual, como experimentando un nirvana, seguramente la había elevado al cielo con el beso.
Sentí que me jalaban del sweter y la camisa a la altura de pecho, escuchaba voces que decían
-déjalo que se levante-

¿estaría la güerita encima de mi? No, sentí un golpe entre ceja, oreja y diente que me hizo despertar del bello sueño. Un muchacho me había abaratado, así, a lo gandalla, me había puesto un chingadazo mientras yo levantaba mi trompita para besar a la güera que en lugar de elevarme al cielo me clavo en el piso de fea forma.

Nomas fueron 2 o 3 cachetadones que me puso, yo, como todo buen pacifista, no respondí a la agresión. Que ni tan fuerte pegaba el wey ese, fue más la sangre que me saco de la nariz que los madrazos que me dio, ya saben lo escandalosa que es la sangre. Y hasta eso, el wey ese debió de saber que la sangre se repone de volada. El estaba más dolido que yo, a él le dolía el orgullo y a mí, la nariz. Le había ganado, sin tirar un solo golpe le había ganado.
Nomas me levante del suelo para ver como jaloneo a mi güerita del brazo. Ella volteo y volvió a clavar su mirada en mi. Le avente un beso y fui correspondido con una mentada de madre. Ya cuando iba lejos la parejita le grite “A la otra te va pior pendejo”. Levante mi mochila del suelo, ya ni me fije si se me había caído algo, corrí sin parar hasta llegar a mi casa.
Hogar dulce hogar.
Hasta ora nomas les he contado de las veces que me toco bailar en la fiesta; un día les platicare cuando me toco agasajarme.
Hasta la próxima.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Recuerdos de Chapultepec



Chapultepec es el lugar por excelencia para ir a ahogar las penas al lago, recorrer las zonas arboladas con el novillo o la novilla, algo así como sacar a pastar al ganado, visitar el castillo, recorrer su historia o hacerle nomas como le hacíamos nosotros, para ir a gatear los domingos. El término “Gatear” era muy usual en aquellos años, no sé si siga en práctica ahora. Consiste en ir, ya sea solo o en bola, a buscar a las muchachas que trabajan en las casas de los riquillos de la zona y que tenían el domingo libre para hacer lo que quisieran. Estas muchachillas se ponían sus mejores ropas, se pintaban la cara llamativamente y asistían a Chapultepec ya sea solas o en bola.

Julio, Lino, Ramón, Pancho y yo, que éramos los Heartbreakers de la cuadra y amigos inseparables, algo así como uña y carne o como dice Polo Polo, calzón y caca, asistimos a Chapultepec ese día a ver que se nos pegaba.
Pasaban las muchachillas y les aventábamos piropos bonitos o les aventábamos miradas al estilo de Mauricio Garcés y no tardamos mucho en hacer contacto con unas muchachillas que andaban en bola. 

El coqueteo entre ambas bandas comenzó. Nosotros cargábamos siempre con un balón de futbol que era como el anzuelo; aventábamos el balón a la bolita enemiga y, si había interés por alguno de nosotros, una de las chamaquillas regresaba el balón. Nos íbamos acercando poco a poco y de repente uno de nosotros comenzaba a platicar con el grupo enemigo, como para hacer un tratado o para platicar cuales eran nuestras armas y cuales nuestros planes de conquista, si se rendían o preferirían pelear.
Ramón, que fue el primero en hacer contacto con el enemigo, regreso y comento que, venían solas y que no conocían el lugar. Ni tardos ni perezosos nos dispusimos a dar un paseo cultural al grupo enemigo, esa era la táctica, hacer que el enemigo confiara en nosotros para después atacarlo.
Pronto ya estábamos practicando futbol con equipos mezclados entre ellas y nosotros, esa también era parte de la táctica, cansábamos al enemigo para que al final no se resistiera a nuestra ofensiva.
Ya de repente había parejitas distribuidas en lugares estratégicos del campo de batalla donde los demás no se dieran cuenta de lo que sucedía a su alrededor. La muchacha que había escogido yo no estaba tan peor, no es lo que buscaba pero bueno, a falta de pan, tortillas.

Todo iba bien, arrumacos, besitos forzados, una caricia atrevida por allá, otra por acá y de repente escuche que discutían; la guerra había comenzado.
Lino y su pareja discutían, levantaban la voz al mismo tiempo de que él retrocedía. Mi pareja de momento preguntaba que sucedía y yo le decía, déjalos, se están conociendo.
Ellas se agruparon y optaron posición de ataque, nosotros igualmente nos agrupamos para tratar de tranquilizar la situación y que cada quien continuara con lo que ya habían comenzado. La muchacha que había comenzado la lucha alegaba que traía su dinero guardado entre el brasier y el cuero, y que mientras Lino se entretenía, había tomado el dinero de la muchacha; él alegaba que no, que él solamente había agarrado lo que le habían permitido agarrar, levantaba las manos y se ofrecía a ser trasculcado. Ella aseguraba que él había tomado el dinero.

La discusión se extendió por varios minutos sin llegar a algún acuerdo hasta que nosotros decidimos retroceder y comenzar a retirarnos de la inminente pelea. Los insultos que al principio provenían de una sola persona ahora se multiplicaba, para nuestra mala suerte las muchachillas decían que venían de Veracruz, a lo mejor de Alvarado, porque les salían unas palabrotas que, ¡ah que bárbaro! Yo no había escuchado tantas groserías juntas y dichas así de corridito y sin perder coherencia.
Lino, el causante de todo, fue el primero en ser alcanzado; de certero cachetadón lo hicieron salir corriendo despavorido.

Los demás que contemplamos y quisimos evitar correr la misma suerte pegamos la carrera en diferentes direcciones, cada uno perseguido por su respectiva pareja. Pero a nuestros 15 años promedio, no había quien nos alcanzara y menos si corríamos espantados. Nos logramos alejar lo suficiente hasta perderlas, solamente se escuchaban silbidos al estilo de los famosos 5 tonos, fi, fi, fi, fi, fi recordando a la progenitora de nuestros días.
No sé cuanto duro la persecución, mi mente solo recuerda que cuando regresábamos, Lino pago los refrescos, las donas bimbo y todavía le sobro para pasar la semana.
Sé que es de muy mala onda lo que hacíamos en aquellos años pero, hay que ver que éramos chamacos y que en ese tiempo no nos interesaban los sentimientos. Sabíamos que jamás volveríamos a ver a las niñas aquellas y que tal vez nadie tenga la memoria de acordarse de ellas, solo yo.
Moraleja:
Chicas, no guarden el dinero en lugares inapropiados.


viernes, 26 de noviembre de 2010

Uno de cornudos


En mis años mozos las peleas no eran de a todos contra todos, o de todos contra uno, no, en aquellos años las peleas eran algo así como un duelo de caballeros de películas. Bastaba con decir - “te espero a la salida”, “a la salida nos vemos” - o se arreglaban de un solo chingadazo a la hora del recreo. 
 
¿Qué si me rompieron el hocico a mi alguna vez? No, me lo medio rompieron pero así lo que se dice roto, roto, no.
No me considero como un experto para el arte de la defensa y el ataque pero maje para meter las manos no soy.
¿Por qué eran los pleitos? Por culpa de la hermana de algún enemigo, por una entrada fuerte en alguna jugada de futbol, porque la novia del enemigo se le ocurrió ponerle el cuerno, en fin, eran muchas causas de partida de hocico.
Esta historia se comenzó a tejer cuando allá por 1978, llego a la colonia una nueva familia. Entre sillas viejas, refrigerador mugroso, salas rotas, colchones con manchas de miadas recientes y muchas chucherías más, traían al papá, a la mamá (güerita, chaparrita y de no muy mal ver), un niño como de 11 años, un niño de 5 y una niña como de 13 años.
Inmediatamente fue la novedad en la colonia y todos queríamos enseñarle a la familia como se vivía en Santa Julia. El señor buscaba amistad entre los adultos, la señora relacionarse con las vecinas, y los chamacos a buscar amigos para jugar.
Ya para esos años andaba yo como si en lugar de leche me dieran pulque y pues la güerita no estaba de malos bigotes y yo, no estaba dispuesto a dejar que algún otro barbaján que no fuera yo, ganara la atención de la güerita.

A unos meses de su llegada, ya varios nos esforzábamos por enseñarle a la güerita los lugares turísticos con que contaba la colonia, entre ellos estaban: las vías del tren, el jardín, el hueco que quedaba debajo de las escaleras o los espacios que había entre los tanques de la azotea, todos ellos famosos por la escases de luz y propios para la práctica del amor.
Después de mucho insistirle de visitar la azotea y que observara las estrellas mientras yo disfruta de su compañía (si como no), la güerita accedió. Lo que yo no sabía era de que ya me habían ganado el mandado y que antes de mi cita, había otro más en fila.
El neto no supo de donde le llego el primer y único chingadazo; fue bien colocado entre ceja, oreja y diente, no tuvo la fortuna de ver estrellitas, no, el madrazo lo dejo ciego temporalmente. Escuchaba una voz, no sabía si iba camino al infierno ya que la voz que escuchaba, mencionaba puras majaderías, si hubiera tenido la oportunidad de ver un poco, quizás se hubiera dado cuenta de que entraba al túnel y contemplar la luz pero no, el golpe fue certero y no hubo otra más que enconcharse y dejar que la vista regresara. Me imagino que me quedo el hocico como al pato Lucas cuando le queda mirando para atrás.
Pasados unos minutos comencé a recobrar la vista y acomode el hocico en su lugar, no sabía si la noche era más negra o el madrazo en el ojo hacia ver más oscuras las cosas.
Unos días después, ya con el ojo al 100%, me encontré con la güerita y ella amablemente explico la reacción de su novillo, yo si nada que reclamar le comente que no había problema, que no sabía que ya tenía novillo y menos que pegara chido. Ella apenada volvió a disculparse, momento que aproveche para recordarle en que nos habíamos quedado antes del feroz ataque de su novillo. Ella, ya con menos presión accedió a reanudar lo que había sido cortado de tajo, o mejor dicho, de un madrazo.
Ya después pasaba el novillo confiado en que no me atrevería a pretender a su novilla, pero la amistad entre Sandra y el Neto duro casi hasta los 16 años, cuando tuve que abandonar Santa Julia.
Ah, chamacos calenturientos 
¿Quién los manda?