Otra ocasión que medio me rompieron medio hocico, fue una vez que salí de clases. Estaba en la secundaria, la 96.
La secundaria 96, está rodeada de otras escuelas secundarias, la 15, la 120, la 121, en el Casco de Santo Tomás, escuelas del IPN. También hay esta cerca está el hospital Rubén Leñero, famoso por los inquilinos que arriban a diario, asaltantes y asaltados, quemados, balaceados, huesos rotos, atropellados y uno que otro que llega ya con medio cuerpo en el más allá. Un día les platico como eran las batallas campales entre todas estas escuelas y hospital.
Hacía ya varios días que veía a una güerita pasar a la hora que yo salía de la escuela, a las 8 de la noche.
La había estado cazando a lo lejos y siempre la veía sola. Aquella vez la vi venir a lo lejos y me dije - “Ora Neto, toda tuya”- y sin más ni más, hay voy. Me fui abriendo paso entre los demás chamacos y ya cuando la tenía a escasos 5 metros, acomode mi copete de galán de un salivazo, acomode mi uniforme, de volada hice un recorrido visual a todo lo demás y dije:
– Listo, ora si güerita, hay te voy”-.
Me fui acercando para encontrala de frente.
La distancia era ya más corta entre nuestros destinos; 2 metros, para mí no había más gente alrededor, de pronto solo existíamos ella y yo, su cabello se movía ligeramente con el aire; sus ojos aún no me habían localizado pero su destino estaba cada vez más cerca.
1 metro. Güerita, tez blanca que hasta de noche se ve que es güerita, labios rositas que invitan a ser besados, ojos chiquitos, verdes, blusa blanca desabotonada como diciendo:
–“mira, esto es tuyo y te estaba esperando”-.
Pantalón blanco y ajustado que invitan a los ojos a mirar, chaparrita como de 1.5 metros, la estatura exacta para mi, ya nomas era cuestión de que ella levantara tantito la trompa para alcanzar mis labios. No había duda, éramos tal para cual, el destino nos había puesto en el camino, a ella en la escuela de medicina del politécnico y a mí en la secundaria 96. ¿Qué más pistas quería? No había duda, esa güerita era para mí.
50 cm. No había yo preparado nada, todo iba a ser de improviso.
Ella levanto su mirada y fijo sus ojos a los míos; por un momento se me figuro que abría sus brazos para recibirme en su regazo. Lo verde de sus ojos me transporto a un valle verde donde ella y yo corríamos libres.
Levante ligeramente mi trompa nomas para que ella no se molestara en hacerlo, acerque mi trompa a su trompa y….. záz!!!!!!
De momento no supe si los pajaritos que veía eran parte del impacto entre los dos. Imagine que ella estaría igual, como experimentando un nirvana, seguramente la había elevado al cielo con el beso.
Sentí que me jalaban del sweter y la camisa a la altura de pecho, escuchaba voces que decían
-déjalo que se levante-
¿estaría la güerita encima de mi? No, sentí un golpe entre ceja, oreja y diente que me hizo despertar del bello sueño. Un muchacho me había abaratado, así, a lo gandalla, me había puesto un chingadazo mientras yo levantaba mi trompita para besar a la güera que en lugar de elevarme al cielo me clavo en el piso de fea forma.
Nomas fueron 2 o 3 cachetadones que me puso, yo, como todo buen pacifista, no respondí a la agresión. Que ni tan fuerte pegaba el wey ese, fue más la sangre que me saco de la nariz que los madrazos que me dio, ya saben lo escandalosa que es la sangre. Y hasta eso, el wey ese debió de saber que la sangre se repone de volada. El estaba más dolido que yo, a él le dolía el orgullo y a mí, la nariz. Le había ganado, sin tirar un solo golpe le había ganado.
Nomas me levante del suelo para ver como jaloneo a mi güerita del brazo. Ella volteo y volvió a clavar su mirada en mi. Le avente un beso y fui correspondido con una mentada de madre. Ya cuando iba lejos la parejita le grite “A la otra te va pior pendejo”. Levante mi mochila del suelo, ya ni me fije si se me había caído algo, corrí sin parar hasta llegar a mi casa.
Hogar dulce hogar.
Hasta ora nomas les he contado de las veces que me toco bailar en la fiesta; un día les platicare cuando me toco agasajarme.
Hasta la próxima.
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