viernes, 3 de diciembre de 2010

El Niño Precoz

Tendría yo como unos, 12 o 13 años cuando trabajaba en mis ratos libres, a veces en el taller de mi papá, otras con Jorge, Roberto y Carlos, hermanos los tres que en aquellos años traían una camioneta de redilas. En esta camioneta nos trepábamos Julio, Lino, en veces Víctor y Sergio, pero normalmente íbamos los primeros dos y su servidor, o sea, yo mero.
Ya trepados en la troka, salíamos rumbo al periódico El Universal a recolectar los paquetes de periódico de desperdicio, empacados de a 25 y 50 kilos.

Llenábamos la camioneta y luego salíamos a vender todo como desperdicio. Ya con una lana nos íbamos a comer tacos, tortas, tepache, agua de horchata  o unos refrescos.

Ya con la barriga llena, paseábamos en la camioneta por las calles de Sullivan, La Merced, Tacuba, lugares famosos por la vida nocturna. ¿A qué? Pasábamos a saludar a las muchachas, esas que les dicen chicas malas pero que están muy buenas.

A mis escasos 12 o 13 años, si me ponían a una mujer de esas, la verdad, no sabía qué hacer. Mi primer contacto con una de ellas (no relación) fue así.
Después de haber hecho todo lo anteriormente dicho, paseábamos por Sullivan y estacionaron la camioneta en una calle cercana. Jorge, Roberto y Carlos paseaban en busca de compañía y Julio, Lino y yo, caminábamos atrás de ellos, como feroces guardaespaldas. Ellos se detuvieron y comenzaron a charlar con unas muchachas. Los 3 menores nos quedamos sentados en una banca y en seguida se acercaron a nosotros con 3 muchachas. Minifaldas cortitas, cortitas, como dice Polo Polo, apenitas apenitas les tapaban el apenitas. 

Las muchachas nos rodearon y así, sin más ni más, que se sientan en nuestras piernas. Ya me imagino la cara que puse ya que los hermanos maloras, estaban riéndose de nosotros. Al principio no sabíamos si agarrar de lo que ofrecían o bajarlas de un chingadazo.
Julio que en aquellos años era mayor que nosotros, bueno, todavía es mayor que nosotros, contaba con escasos 15 años, Lino andaría igual que yo, en 12 o 13, comenzó a tocar el pecho de la dama. Al ver que no le decían nada, optamos por imitarlo. Hay estábamos como escuincles con juguete nuevo. 

Dicen que los caballeros no tenemos memoria, ¡cómo no! Que nos hagamos weyes es otra cosa. Recuerdo que la muchacha que estaba conmigo se llamaba Tere, la de Julio, Marta, y la de Lino, Sandy (inches nombrecitos)
Pues total que allí estábamos tratando de calmar la comezón propia de la edad. Ellas nos permitieron agarrar desde chamorro, nana, buche y cuajo. Todo esto en una banca con escasa luz.

Estaríamos con ellas por ahí de una hora. Para cuando los hermanos regresaron (quien sabe donde andarían) ya solo nos dio tiempo de despedirnos de las nenas prometiendo volver a la siguiente semana, cosa que no sucedió. Trepamos a la camioneta que enfilo rumbo a Santa Julia.
Montados en la camioneta, ya nos sentíamos como todos unos hombres. Desde ese día, como dice la canción, cambie mis canicas por botas de charro. 


Después vinieron las visitas a la Zona Rosa, Las Fabulosas, las funciones de cine de media noche, bares, cantinas y todo lo demás, pero eso, eso es otra historia. 

Hay les contaré después.

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